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La historia de Auschwitz cierra sus puertas en Madrid

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“No hace mucho. No muy lejos” es el lema principal que hace sentir la exposición como una vivencia única. El vagón de tren original que se encuentra en la entrada advierte de antemano la dureza que tiene un hecho como el Holocausto. Ropa, maletas, gafas, objetos personales, máscaras de gas, uniformes y literas son algunos de los objetos que recrean un ambiente de impotencia y silencio entre los visitantes.

Cada uno de ellos quiere saber más sobre esta barbarie, intentar buscar una razón inexistente para comprender el pensamiento de todos esos responsables. Sin embargo, no todos lo viven de igual forma, pues desde que comenzó su difusión, la cantidad de mensajes antisemitas y negacionistas recibidos es realmente preocupante. Con una colección de 1.000 objetos del exterminio nazi, se pretende abrir los ojos para que no vuelva a ocurrir; tras tanto mensaje dañino se demuestra que ciertos aspectos todavía siguen presentes.

En Auschwitz la esperanza se convirtió en miedo

La mayor exposición y, quizá, la más impactante sobre los hechos ocurridos en Auschwitz, llega a su fin este domingo 3 de febrero de 2019 en el Centro de Exposiciones Arte Canal de Madrid. Desde sus inicios, ha sido un completo éxito: se llegó a superar la cifra de 450.000 personas a finales del 2018. Por ello, se decidió volver a prolongar su duración, tras haberlo hecho desde junio hasta el pasado 7 de octubre. Al retirarse de Madrid, y ser la única parada en España, comenzará una gira internacional por varios países de todo el mundo.

Objetos expuestos

Con el inicio de expresiones como raza superior e inferior aplicadas al ser humano, los judíos se convirtieron en el blanco de la Europa sometida a la dominación germana. Auschwitz llegó a ser un elemento clave: “Un tiempo y un lugar en el que la esperanza se convirtió en miedo”, se puede leer en uno de los carteles que inician la exposición. Nada más girar a la izquierda, nos encontramos con una vitrina que recoge un zapato de una deportada anónima. No se sabe nada ella, pero lo más seguro es que fuera asesinada al llegar al campo y este fuera arrojado a la pila como uno más.

Historias y fotografías del arresto casi inmediato de socialistas, liberales o simples demócratas, además de homosexuales, delincuentes menores, testigos de Jehová o aquellos considerados holgazanes se pueden ver en las vitrinas de la sala ‘El sacrificio de la nación’. Les encerraban tras la alambrada, se les despojaba de su ropa obligándoles a llevar un uniforme a rayas como el que se observa del campo de Sachsenhausen y, a su lado, se exponen las leyes de Nuremberg, las cuales dejaban completamente desprotegidos a muchos ciudadanos, llegando a ser extranjeros en su propio país.

“El miedo produce un olor peculiar y lo recordaré cada día”

Varios vídeos muestran la fría entrada que recibía a los prisioneros. Se podía leer en lo alto una gran y amarga mentira: “El trabajo libera”. Sin embargo, a los esclavos de Auschwitz ninguna cantidad de trabajo conseguiría salvarlos. Se exponen fotografías en las paredes y, si una de ellas se mira detenidamente, podemos apreciar a una mujer masticando algún alimento que, probablemente, fuese su última comida, mientras espera una cola injusta.

Algunos de ellos arriesgaron la vida para dejar pruebas de los hechos inhumanos que se estaban realizando, con el fin de que generaciones futuras fueran testigos de lo ocurrido tras las vallas electrificadas. Alberto Herrera fue uno de esos héroes que consiguió captar las cuatro fotografías que se exponen. Se toman a la altura de la cadera, pues de haber sido descubierto, habría sido torturado hasta la muerte. En dichas imágenes se observa la gran cantidad de personas que se amontonaban en los crematorios, hasta tal punto que pasó a realizarse al aire libre.

Dejaban de ser personas para ser simples números, muchos de ellos expuestos. “Mientras me tatuaban me dijeron que ya no era un ser humano, sino un número; era judío”, afirma Alex Gross en la exposición.

El reto al que nos enfrentamos en el siglo XXI es cómo empezar a entender lo incomprensible

Proceso de selección

La mayoría de personas que se bajaban de los trenes estaban en sus últimas horas de vida y, a veces, no eran conscientes de ello. Auschwitz, a diferencia de otros, también fue un campo de trabajo forzado. Se separan en dos filas: hombres y niños más mayores a un lado, y mujeres y pequeños a otro. Con un simple y frígido gesto se indicaba quienes eran aptos para trabajar.

“La selección era cuestión de segundos. Me subí a unos zapatos para parecer más alto. Estábamos llorando y gritando, miré hacía atrás y vi a mi madre extendiendo los brazos hacía nosotros. Nunca pude despedirme de ella”, cuenta con la voz entrecortada un exprisionero.

Auténticos supervivientes

“Preparamos el equipaje con lo poco que pudimos y nos metieron en vagones, podrían llamarse vagones de ganado. En nuestro vagón había 150 personas, nos contaron una por una y al llegar a 150 cerraron las puertas. No había mas aire que el que entraba por esa ventanita. Al llegar sacó un rifle y disparó a dos personas para que viviéramos el miedo. El miedo produce un olor peculiar y creo que, aunque viviera hasta los 100 años, recordaré ese olor cada día de mi vida”, relata una superviviente. Todos estos afectados que lograron escapar, tratan de poner voz en la exposición a los que no la tuvieron o, simplemente, a los que no tuvieron más elección que obedecer.

Los soviéticos descubrieron a siete mil internos reducidos a puro pellejo y hueso y, seguramente, el reto al que nos enfrentamos en el siglo XXI es el mismo que el de aquellos: cómo empezar a entender lo incomprensible. Este homenaje no podría haber sido posible sin muchas entidades colaboradoras, pero, especialmente, se debe dar las gracias al Museo Estatal de Auschwitz-Birkenau por ceder más de 600 objetos originales. Además de gratificar a las víctimas, a los que se jugaron la vida por dejar pruebas y a los supervivientes que hoy nos cuentan sus memorias. Todos llevamos la historia de Auschwitz.

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